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  • Foto del escritorMonica Valencia

Panamá en el diván

La paciente entró al consultorio inquieta y desconfiada. Últimamente tiene explosiones de ira y es imposible conversar con ella; reacciona gritando y exigiendo cosas insostenibles.

Evidentemente, no confía en quienes representan la autoridad. Se niega a ir a la escuela y, al preguntarle la razón, afirma que de nada sirve estudiar si el futuro no trae nada bueno.

Quiere vivir el presente. “Basta de promesas no cumplidas”, grita.

Cuenta que cada 5 años cambia de padres adoptivos y, con ello, todas las reglas de convivencia son modificadas. Son sus padres formalmente, pero en realidad no la cuidan; ellos se alimentan mejor, reciben todo tipo de beneficios, al tiempo que la descuidan. Los modelos que han ido formando su carácter son dañinos, destructivos.

Todo esto ha hecho que tenga conductas desorganizadas. Se trata claramente de un apego ansioso, con causas evidentes, aunque no fáciles de tratar.

Al cambiar de padres adoptivos constantemente, las estrategias para su desarrollo no son consistentes. No sabe a qué atenerse. Las constantes mentiras y desilusiones le generaban tanta ansiedad que es imposible confiar y tener un espacio mental para pensar. Además, las mentiras afectan la posibilidad de pensar, ya que la niña empieza a dudar de su percepción.

Sola, ansiosa, con múltiples necesidades no satisfechas y sin ninguna clase de contención, no logra establecer un espacio mental que le permita digerir las diversas emociones y situaciones de su vida, convirtiéndolas en enfermedades y/o conductas impulsivas.

Un padre debe ayudar a contener las ansiedades de los hijos, digerirlas y devolverlas poco a poco, a medida que pueda recibirlas, permitiendo que internalicen esa función y logren pensar y desarrollarse.


La paciente es Panamá y, ante la difícil situación que vivimos, urge que entendamos su historia, sus traumas y nos pongamos de acuerdo en estrategias para reparar la situación. Se trata de un paralelo con el objetivo de dar luces desde una perspectiva psicoanalítica sobre la situación tan preocupante que ocurre en nuestro país.

La historia de la paciente Panamá la ha marcado profundamente. Esa tendencia a sacar provecho de las situaciones que se le presentan -el famoso juega vivo o el “qué hay para mí”- sin pensar en el mañana ni en el bien común, guarda relación con el papel de lugar de tránsito que ha tenido Panamá desde tiempos coloniales.

Cuando estás de paso, haces dinero fácil y te vas; así trataba España a Panamá. Cuando nos convertimos en República, gran parte de la élite panameña también buscó cómo servirse en vez de trabajar por la patria, dando paso a la cultura del privilegio que ha permeado toda la sociedad, convirtiéndose en una dinámica que se repite compulsivamente como un trauma en el que los ciudadanos miopes solo logran ver dos posibilidades: o te aprovechas de la situación y cuidas tus intereses a expensas de otros, o eres un pendejo y otros se aprovecharán de ti.

Esto provoca que se use el poder -en todos los sectores de la sociedad- para mantener el privilegio a costa del resto. Los recursos del país se van dilapidando y los que más sufren son los grupos más vulnerables de la sociedad.


Un ejemplo claro es lo sucedido durante las negociaciones tras las protestas iniciadas por los profesores debido al aumento del costo de la vida. Una vez logran que el Gobierno asuma parte del costo de la gasolina, así como congelar el precio de los alimentos básicos, los representantes de los sindicatos sentados en la mesa se sintieron poderosos y decidieron seguir presionando por más, a costa de los estudiantes que seguían perdiendo clases.

La compulsión a la repetición puede explicar parte de ese fenómeno. Según el diccionario Lapanche y Pontalis, “tendemos a repetir situaciones penosas, repitiendo así situaciones antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual”.

Pareciera que hay una idea profundamente arraigada de que en una relación se puede estar en dos lugares, cuando en realidad o estamos en una posición de dominio donde podemos hacer lo que querramos con el otro o asumimos el papel de víctima donde solo nos queda sometermos.

En Recordar repetir y reelaborar, Sigmund Freud explica que repetimos en vez de recordar. Por ello, es necesario recordar nuestra historia.

Para modificar esta dinámica nefasta del “qué hay para mi” que ha permeando toda la sociedad, tendremos que revivir el trauma del abuso de los que llegaron y que ahora nosotros inflingimos en nuestra sociedad. Un trauma que por doloroso fue reprimido y, al no recordarlo, lo repetimos. Panamá tiene que acostarse en el diván, revisar su historia identificando, explorando y analizando los traumas, para que puedan ser entendidos y tratados de una nueva forma. Es preciso otorgarles un nuevo significado de manera que generaremos dinámicas más saludables que contribuyan a un futuro que contemple las necesidades de todos.


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