Monica Valencia
Las páginas arrancadas de nuestra historia
Actualizado: 20 mar 2022
Ese día corrí como nunca hasta llegar a un lugar seguro. Corrí tan rápido que llegué de primera al sitio acordado, dejando atrás bombas lacrimógenas y policías que “cuidaban el orden”.
Luego vendría la invasión: miles de soldados estadounidenses en territorio panameño, presos políticos, desaparecidos, bombardeos, muertos en las calles. ¿Qué destino tuvieron esas experiencias vividas hace 30 años? ¿Qué sabemos de las pérdidas, tanto de los militares como de los que se oponían al régimen? Hubo muertos, familias desmembradas, personas que perdieron sus casas o sus negocios, gente encarcelada. Para otros, ese momento marcó el final de su infancia o su adolescencia. Se trata de un trauma seguido de una amnesia colectiva.
Hace unos días fui con un grupo de personas a la exposición “Una invasión en cuatro tiempos” en el Museo de Arte Contemporáneo. Apenas llegué, las experiencias de aquellos tiempos inundaron mi mente. Impactados por las obras en las primeras salas, surgió entre los miembros del grupo una necesidad apremiante de hablar sobre el tema. Mientras subíamos las escaleras para ver el resto de la muestra, nos detuvimos, como atrapados en el entrepiso, hasta que hicimos una “terapia colectiva”. Seguimos el recorrido por una exposición muy bien lograda y en una sección con videos escuchamos a un funcionario de la morgue contar cómo, durante la invasión, se robaron las páginas del libro en el que registraban los nombres de los muertos. ¿Cómo “pasar esas páginas” si fueron arrancadas?
Cada quien lleva por dentro las experiencias de ese periodo. Lo cierto es que si no hablamos sobre ellas y las tratamos como si no existieran, corremos el riesgo (a título personal y también como nación) de repetirlas. De hecho, en cierta medida, cuando escucho a jóvenes que me cuentan sin emoción alguna cómo mataron a su perro o de cómo hombres armados invadieron su casa, me queda claro que las pérdidas no han sido metabolizadas y permanecen enquistadas.
Si observamos la historia del pueblo panameño, y también de la humanidad, encontramos situaciones que, a pesar de ser dolorosas, se repiten de forma constante. Lo mismo sucede en las historias personales, tal como lo ilustra el mito de Edipo. El oráculo de Delfos les advirtió a Layo y Yocasta que, si fueran a tener un hijo, éste llegaría a ser el asesino de su padre y esposo de su madre. Edipo Rey es víctima de su destino. Ignorando que es hijo del rey, Edipo mata a su padre y se casa con la reina Yocasta, que es su madre.
Tal como Edipo, el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. ¿Qué parte de nuestra historia no queremos conocer? ¿De qué huimos? Las páginas arrancadas que no nos permiten hacer un registro preciso de lo que ocurrió nos quitan la posibilidad de integrar y elaborar lo sucedido.
Para realmente pasar la página hay que tolerar el malestar, quizás incluso el terror, que muchos de nosotros sentimos en aquellos años. De tal manera que esas emociones no se anclen ni crezcan en el inconsciente, atemorizándonos desde adentro.
Si estas situaciones no se enfrentan, no se registran en nuestros libros de la vida, de la nación y de cada quien, seguiremos atrapados en el entrepiso, en un limbo, un lugar de dolores no resueltos.